Era
la primera vez que lo hacía sola pero no tenía miedo. Mientras se dirigía al
ascensor pensó que los muertos, al fin y al cabo, ni se mueven ni hablan. Su
temor subiendo a la cuarta planta se centraba en el trato con la familia,
entristecida y dolorida, que estaría junto a ella. Por el pasillo los enfermos
paseaban, las visitas iban o venian, las auxiliares y enfermeras acudian a las
llamadas. La 423 era la última del pasillo y en la puerta había cuatro o cinco
personas, no las contó. Miró al suelo y tomó aire al acercarse. Buenas tardes.
Sabian todos a que venía, eso facilitaba las cosas.
En
la habitación estaban las dos camas con ambos pacientes y eso le pareció una
desconsideración, aunque era invierno y no había una cama libre en todo el
hospital no encontró justificación. En la B un señor mayor la miró en silencio,
arropado hasta el cuello, asustado. Tres mujeres rodeaban la cama A, dos más
jovenes y una más mayor, y engullida entre las sábanas estaba Consuelo, menuda,
anciana, blanca, inmóvil. Los médicos ya habían certificado su muerte pero su
rostro mostraba mucha serenidad y paz. La que tal vez era su hija acarició sus
mejillas y sollozó mientras besaba su frente.
Le
habian recomendado que no alargara el momento. Miró entonces a las tres y tras
recibir un gesto de asentimiento se acercó y cubrió su cabeza con la sábana
blanca de hospital público. Con movimientos pausados y respetuosos comenzó a
desanclar la cama, las familiares salieron de la habitación para esperar junto
a los hombres. Había que maniobrar para salir de allí, al pasar no miró al
silencioso compañero de cuarto. Salió dirigiendo la cama por los pies, otros
compañeros lo hacían por la cabecera, así que veia el bulto de Consuelo todo el
recorrido. Por el pasillo la gente se apartaba sorprendida, con respeto,
acallando su risa, bajando la mirada. Ya veia al compañero esperando con el
ascensor cuando tuvo la impresión de estar acompañando a alguien a la estación
del tren o al puerto. Una vez la viajera subiera al tren el servicio estaría
hecho.
Llamó
al timbre, abrió el de la funeraria. Pasa, pasa, te esperaba...Pasaron al lado
de un cadaver ya arreglado y maquillado, yacía dormido en el número dos.
Entraron en la zona restringida al
estrecho pasillo entre cajas y sillas rotas, una puerta a la derecha y alli
estaban las neveras. Al sacar la bandeja
quedó paralela a la cama y afortunadamente a la misma altura... coge las puntas
de las sabanas y haz un nudo, bien, así bien, coge el nudo con las dos manos y
a la de tres....una, dos, tres....zas, Consuelo casi aterriza fuera de la bandeja...uff,
es tan pequeña y pesa tan poco...bueno, voy a cerrar, rasssssss...bandeja
dentro, adios Consuelo, se cierra la puerta y ya no queda nada.
Regina Llavata i
Salavert