martes, 21 de mayo de 2013

....y ya no queda nada


Era la primera vez que lo hacía sola pero no tenía miedo. Mientras se dirigía al ascensor pensó que los muertos, al fin y al cabo, ni se mueven ni hablan. Su temor subiendo a la cuarta planta se centraba en el trato con la familia, entristecida y dolorida, que estaría junto a ella. Por el pasillo los enfermos paseaban, las visitas iban o venian, las auxiliares y enfermeras acudian a las llamadas. La 423 era la última del pasillo y en la puerta había cuatro o cinco personas, no las contó. Miró al suelo y tomó aire al acercarse. Buenas tardes. Sabian todos a que venía, eso facilitaba las cosas.

En la habitación estaban las dos camas con ambos pacientes y eso le pareció una desconsideración, aunque era invierno y no había una cama libre en todo el hospital no encontró justificación. En la B un señor mayor la miró en silencio, arropado hasta el cuello, asustado. Tres mujeres rodeaban la cama A, dos más jovenes y una más mayor, y engullida entre las sábanas estaba Consuelo, menuda, anciana, blanca, inmóvil. Los médicos ya habían certificado su muerte pero su rostro mostraba mucha serenidad y paz. La que tal vez era su hija acarició sus mejillas y sollozó mientras besaba su frente.

Le habian recomendado que no alargara el momento. Miró entonces a las tres y tras recibir un gesto de asentimiento se acercó y cubrió su cabeza con la sábana blanca de hospital público. Con movimientos pausados y respetuosos comenzó a desanclar la cama, las familiares salieron de la habitación para esperar junto a los hombres. Había que maniobrar para salir de allí, al pasar no miró al silencioso compañero de cuarto. Salió dirigiendo la cama por los pies, otros compañeros lo hacían por la cabecera, así que veia el bulto de Consuelo todo el recorrido. Por el pasillo la gente se apartaba sorprendida, con respeto, acallando su risa, bajando la mirada. Ya veia al compañero esperando con el ascensor cuando tuvo la impresión de estar acompañando a alguien a la estación del tren o al puerto. Una vez la viajera subiera al tren el servicio estaría hecho.

Llamó al timbre, abrió el de la funeraria. Pasa, pasa, te esperaba...Pasaron al lado de un cadaver ya arreglado y maquillado, yacía dormido en el número dos. Entraron en la zona restringida  al estrecho pasillo entre cajas y sillas rotas, una puerta a la derecha y alli estaban las neveras.  Al sacar la bandeja quedó paralela a la cama y afortunadamente a la misma altura... coge las puntas de las sabanas y haz un nudo, bien, así bien, coge el nudo con las dos manos y a la de tres....una, dos, tres....zas, Consuelo casi aterriza fuera de la bandeja...uff, es tan pequeña y pesa tan poco...bueno, voy a cerrar, rasssssss...bandeja dentro, adios Consuelo, se cierra la puerta y ya no queda nada.

Regina Llavata i Salavert

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